Mi madre le quitó a mi padre
la mesa de los domingos.
A un hombre nadie debería quitarle
la mesa de los domingos.
Nadie debería quitarle la costumbre
de emborracharse una vez por semana.
Cuando un hombre pierde esa costumbre
queda confundido,
siente la sed del lunes,
del jueves, del sábado,
de cualquier día,
incluso la sed del domingo.
Cada sed le ataca al unísono,
no pueden ser calmadas
aunque todo el alcohol ruede
garganta abajo.
Cuando a un hombre le quitan
la mesa del domingo,
se vuelve, definitivamente,
un borracho asqueroso.
se queda dormido frente a la maquinaria
que le muerde una mano,
degusta su sabor,
mancha de sangre los envoltorios de comida chatarra,
lo golpean en el trabajo,
lo expulsan del trabajo,
dice que se va a ir para siempre,
pero no se va,
y envejece de golpe,
al otro día regresa al trabajo,
y la maquinaria se le queda mirando,
se saborea con descaro,
como una puta.
El hombre llega a su casa,
piensa en la maquinaria
y siente la sed cotidiana en el estómago,
como una punzada que lo parte en dos mitades,
mira a su familia con odio,
porque sabe que la familia tiene la culpa,
golpea a su mujer,
para reconquistarla,
para abrirle heridas,
y luego besarle las heridas,
probar su sabor,
mirarla con descaro,
decirle que la quiere,
pero la mujer nunca entiende
y algún día el hombre se cansa de intentarlo,
y se va con la puta,
y todo es culpa de la mujer,
por quitarle la mesa del domingo.
a mesa dos domingos.
A um homem ninguém deveria tirar
A mesa dos domingos.
Ninguém lhe deveria tirar o hábito
de se embebedar uma vez por semana.
Quando um homem perde esse hábito
fica confuso,
sente a sede da segunda-feira,
da quinta-feira, do sábado,
de qualquer dia,
até a sede do domingo.
Todas as sedes o atacam em uníssono,
não podem ser acalmadas
mesmo que todo o álcool deslize
garganta abaixo.
Quando a um homem lhe tiram
a mesa do domingo,
ele torna-se, definitivamente,
um bêbado asqueroso.
Chega bêbado à fábrica,
fica a dormir ao pé das máquinas
que lhe mordem a mão,
prova o seu sabor,
mancha de sangue as embalagens de comida de plástico,
batem-lhe no trabalho,
expulsam-no do trabalho,
diz que se vai embora para sempre,
mas não vai,
e envelhece de repente,
no dia seguinte volta ao trabalho,
e as máquinas ficam a olhar para ele,
é saboreado com ousadia,
como uma puta.
O homem chega a casa,
pensa nas máquinas
e sente a sede diária no estômago,
como uma pontada que o parte em duas metades,
olha para a sua família com ódio,
porque sabe que a família tem a culpa,
bate na sua mulher,
para a reconquistar,
para lhe abrir feridas,
e depois beijar-lhe as feridas,
provar o seu sabor,
olhar para ela com descaramento,
dizer-lhe que a ama,
mas a mulher nunca entende
e um dia o homem cansa-se de tentar,
e vai com a puta,
e tudo é culpa da mulher,
por lhe tirar a mesa do domingo.