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quinta-feira, novembro 28, 2024

luz helena c. villamizar


El vecindario
 
Cuando todo comenzó, los hermanos estaban recluidos en el sanatorio. El día que volvieron a casa, la comunidad permanecía encerrada. Tan pronto los vio subir, el portero llamó a la madre para alertarla. Ella llevaba mucho tiempo aguantando la presión, con la angustia de verlos irrumpir con golpes, romper las ventanas para arrojar los muebles, la ropa, el televisor, la puerta, la comida. Cuántos años pagando los desmanes de sus hijos, desde que la locura, como una maldición, se los arrebató de la mano y les instaló esa bruma en la mirada. Gritos, carcajadas, soliloquios y, lo peor, esa compulsión compartida que los llevaba a incendiar los pasillos, el cuarto de la basura, el ascensor. Y los vecinos con sus recursos legales, con su policía y su alma de carcelero.
 
Pero hoy, en pleno confinamiento colectivo, nadie se atreve a izar las camisas de fuerza. Los hermanos no tienen restricciones para su desvarío y en los departamentos y pisos aledaños ha recomenzado el fisgoneo, el sobresalto.
 
A esta hora todos duermen. El portero ha abandonado su cabeza sobre el velador. La madre ya no puede retenerlos. Sale el mayor, la mirada desorbitada. Detrás el otro, arrastrando su delirio. Solo para ellos se abre el cielo estrellado. La visión los deslumbra, los sosiega. Por fin libres, dueños del vacío, a salvo de su detestable vecindario.
 

 
 
A vizinhança
 
Tudo começou quando os irmãos estavam reclusos no sanatório. No dia em que voltaram para casa, a comunidade permaneceu encerrada. Mal os viu subir, o porteiro chamou a mãe para a alertar. Ela tinha aguentado a pressão durante muito tempo, com a angústia de os ver entrar com golpes, partir as janelas para atirar para a rua os móveis, a roupa, a televisão, a porta, a comida. Quantos anos a pagar os desmandos dos filhos, desde que a loucura, como uma maldição, se apropriou deles e lhes instalou essa névoa no olhar. Gritos, risos, solilóquios e, pior, aquela compulsão partilhada que os levava a incendiar os corredores, a gaveta do lixo, o elevador. E os vizinhos com os seus recursos legais, com a sua polícia e a sua alma de carcereiro.
 
Mas hoje, em pleno confinamento coletivo, ninguém se atreve a levantar as camisas de força. Os irmãos não têm restrições para o seu desvario e nos apartamentos e andares à volta, recomeçou a bisbilhotice, o sobressalto.
 
A esta hora estão todos a dormir. O porteiro abandonou a sua cabeça sobre a mesinha. A mãe já não os consegue segurar. Sai o mais velho, o olhar desorbitado. Atrás o outro, arrastando o seu delírio. Só para eles se abre o céu estrelado. A visão deslumbra-os, sossega-os. Finalmente livres, donos do vazio, a salvo da sua detestável vizinhança.